La vida del Profeta




22 Agosto de 2016

No se entiende, no se sabe. Personas controvertidas que aprenden al igual que los demás a medida que transitan el camino. No tienen la respuesta de antemano; sólo un mensaje que transmitir ¿Qué pensar de esos supuestos iluminados si cada palabra y cada acción es enjuiciada y criticada en el mejor de los casos?

Vidas solitarias plagadas de dificultades, problemas, traiciones, menosprecios y circunstancias difíciles de toda índole –incomprendidas y desagradables hasta de explicar-. Y si esto es así ¿algo tendrán? ¿alguna razón habrá para que les ocurran tantas cosas siempre a ellos? De todas formas, ¡todos tenemos problemas y a todos nos ocurren cosas! ¿Será entonces que el problema está en estos individuos y son personas conflictivas?

Además, si realmente fueran excepcionales en algún aspecto, ya habría alguien alrededor pendiente de ellos; de ayudarles. O quizás les ocurra como a algunos de nuestros ahora ilustres antecesores, que vivieron vidas de penuria y sólo fueron ilustres tras la muerte.

Los profetas son sabedores que por sí mismos nada pueden, pero sí con el Espíritu. Bien conocen que en la ejecución de las obras encomendadas es esencial la humildad, el amor, la caridad y la paz. Alguno hay que ruega a Dios para que cuando las circunstancias lo ahogan, no olvide el Señor –mientras vive la Pasión de Cristo en su vida-, sus limitaciones, miserias, carácter y su simple condición de criatura.

¡Son molestos los profetas! No agradan las verdades cuando éstas no nos regalan el oído. ¿Por qué escuchar malos augurios y correcciones de estos agoreros cuando ya tanta dificultad tiene de por sí la vida? ¿Lo hacen para amargarnos la existencia o será que conviene a nuestra sin-conciencia y a nuestra adormilada alma?

Algunos tienen bien definido su papel y misión; otros no. Estos otros no saben bien cómo definirse a sí mismos, o cuál es el papel al completo que Dios espera que desempeñen; simplemente siguen la guía del Espíritu. ¿Y será verdad que los guía el Espíritu o será una fantasía autogenerada?

En cualquier caso, el profeta o sucedáneos de profeta no resultan indiferentes por allá por donde pasan. Mueven conciencias, despiertan almas, reflexiones, críticas, pensamientos, son envidiados y celados, encienden llamas de luz interna; esa llama que siempre estuvo ahí y antes no fue advertida.

Y estos otros a los que espabilan, sacándolos de los brazos de Morfeo –que en este caso es Satanás- al que conviene que vivamos el sueño eterno incluso antes de fallecer ¿qué hacen con el mensaje recibido? ¿lo callan -pensando que fueron ellos los elegidos por Dios para que les llegara por medio de alguien ese mensaje- o lo transmiten a otros? ¿Leen los mensajes escudriñando en la escéptica tela de juicio cada palabra como algo que pueden convenir al alma y hasta ahí llegan, o bien, procuran llevar a la práctica el contenido y las instrucciones concretas del dictado Divino? Pocos, muy pocos en esta sociedad deformada de muertos vivientes son los que actúan entendiendo que Dios no habla por hablar por medio de Sus profetas.

Y los religiosos, muchos de ellos buenos y esmerados cumplidores de su ministerio ¿qué hacen cuando descubren estos mensajes y a estos profetas? Los divulgan o callan –como hacen muchos de los laicos- adhiriéndose por conveniencia a la idea de que al no haber sido aprobados todavía por la Iglesia, no tienen motivo para complicarse su metódico e invariante modo de vida.

Lástima y grave error que nuestros responsables eclesiásticos esperen pasivos sin preparar ejército, sin tomar medidas cautelares de prevención y de advertencia anunciadora en sus iglesias sobre el silencio que se debe guardar, sobre la vestimenta inadecuada y sobre la forma correcta de dar y recibir la Comunión. Tampoco hacen suyos otros pedidos ya manifestados por el Señor (ubicación sagrarios, santuario en Garabandal, etc.)

Esperan sin cambiar un ápice sus viejas y arraigadas costumbres con la falsa esperanza de que los ataques enemigos contra la Iglesia cada vez más en auge no les alcancen o no les afecten mucho a ellos. Pero se equivocan ¡les llegarán!, y no habrán hecho sus deberes, salvo los propios de su cumplimiento ministerial rutinario.

¿Es ésta una oración sin obra, o en algunos casos, ya no hay ni siquiera oración? ¿Para qué habla entonces con contundencia a la par que con amor y precisión el Señor y la Virgen María a través de Sus profetas? ¿Esperan los religiosos responder al Cielo?: “¡Ah! Es que yo creía que...” o “yo obedecía instrucciones de...”. ¡No les valdrá como excusa! La obediencia se la deben a Dios y no a los hombres. Y mientras tanto, y hasta que se produzca el naufragio, navegando en la duda de la veracidad o no del profeta y del mensaje.

Los profetas son normalmente los más afectados a la hora de procurar verificar e interpretar el cumplimiento o no de las profecías –aún sabiendo que éstas no tienen que ser determinantes-. Ellos saben que la fuente es fidedigna, incluso cuando se oscurece el camino; sin embargo, no tienen todas las respuestas; sólo caminan por el sendero de la vida como cualquiera. Su mochila de cruces es invisible y más pesada que otras, pero su fuerza proviene del saberse partícipes no imprescindibles de la excelsa misión encomendada por el Cielo.

Estos transmisores de la voluntad del Cielo, son “sostenidos” por el Señor por hilos invisibles para evitar que perezcan en el desfallecimiento; la Virgen María los acompaña sin hacerse notar y el Espíritu los guía e impulsa con leves y casi imperceptibles efusiones al corazón y a todo el ser, menos frecuentes de lo que quisieran; también el Cielo se sirve de personas, lecturas, canciones, circunstancias, ideas y pensamientos que les hacen llegar, no sólo a ellos, sino a cada hijo de Dios.

Con todo, el profeta a modo de ave Fénix resurge en más de una ocasión de sus cenizas y continúa el escabroso camino tarareando aquella canción que dice: ¡Vamos cantando al Señor, Él es nuestra alegría!, porque sabe como dice aquélla otra “Señor, me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre”.

Marcial Franco B.