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Agosto de 2016
No
se entiende, no se sabe. Personas controvertidas que aprenden al
igual que los demás a medida que transitan el camino. No tienen la
respuesta de antemano; sólo un mensaje que transmitir ¿Qué pensar
de esos supuestos iluminados si cada palabra y cada acción es
enjuiciada y criticada en el mejor de los casos?
Vidas
solitarias plagadas de dificultades, problemas, traiciones,
menosprecios y circunstancias difíciles de toda índole
–incomprendidas y desagradables hasta de explicar-. Y si esto es
así ¿algo tendrán? ¿alguna razón habrá para que les ocurran
tantas cosas siempre a ellos? De todas formas, ¡todos tenemos
problemas y a todos nos ocurren cosas! ¿Será entonces que el
problema está en estos individuos y son personas conflictivas?
Además,
si realmente fueran excepcionales en algún aspecto, ya habría
alguien alrededor pendiente de ellos; de ayudarles. O quizás les
ocurra como a algunos de nuestros ahora ilustres antecesores, que
vivieron vidas de penuria y sólo fueron ilustres tras la muerte.
Los
profetas son sabedores que por sí mismos nada pueden, pero sí con
el Espíritu. Bien conocen que en la ejecución de las obras
encomendadas es esencial la humildad, el amor, la caridad y la paz.
Alguno hay que ruega a Dios para que cuando las circunstancias lo
ahogan, no olvide el Señor –mientras vive la Pasión de Cristo en
su vida-, sus limitaciones, miserias, carácter y su simple condición
de criatura.
¡Son
molestos los profetas! No agradan las verdades cuando éstas no nos
regalan el oído. ¿Por qué escuchar malos augurios y correcciones
de estos agoreros cuando ya tanta dificultad tiene de por sí la
vida? ¿Lo hacen para amargarnos la existencia o será que conviene a
nuestra sin-conciencia y a nuestra adormilada alma?
Algunos
tienen bien definido su papel y misión; otros no. Estos otros no
saben bien cómo definirse a sí mismos, o cuál es el papel al
completo que Dios espera que desempeñen; simplemente siguen la guía
del Espíritu. ¿Y será verdad que los guía el Espíritu o será
una fantasía autogenerada?
En
cualquier caso, el profeta o sucedáneos de profeta no resultan
indiferentes por allá por donde pasan. Mueven conciencias,
despiertan almas, reflexiones, críticas, pensamientos, son
envidiados y celados, encienden llamas de luz interna; esa llama que
siempre estuvo ahí y antes no fue advertida.
Y
estos otros a los que espabilan, sacándolos de los brazos de Morfeo
–que en este caso es Satanás- al que conviene que vivamos el sueño
eterno incluso antes de fallecer ¿qué hacen con el mensaje
recibido? ¿lo callan -pensando que fueron ellos los elegidos por
Dios para que les llegara por medio de alguien ese mensaje- o lo
transmiten a otros? ¿Leen los mensajes escudriñando en la escéptica
tela de juicio cada palabra como algo que pueden convenir al alma y
hasta ahí llegan, o bien, procuran llevar a la práctica el
contenido y las instrucciones concretas del dictado Divino? Pocos,
muy pocos en esta sociedad deformada de muertos vivientes son los que
actúan entendiendo que Dios no habla por hablar por medio de Sus
profetas.
Y
los religiosos, muchos de ellos buenos y esmerados cumplidores de su
ministerio ¿qué hacen cuando descubren estos mensajes y a estos
profetas? Los divulgan o callan –como hacen muchos de los laicos-
adhiriéndose por conveniencia a la idea de que al no haber sido
aprobados todavía por la Iglesia, no tienen motivo para complicarse
su metódico e invariante modo de vida.
Lástima
y grave error que nuestros responsables eclesiásticos esperen
pasivos sin preparar ejército, sin tomar medidas cautelares de
prevención y de advertencia anunciadora en sus iglesias sobre el
silencio que se debe guardar, sobre la vestimenta inadecuada y sobre
la forma correcta de dar y recibir la Comunión. Tampoco hacen suyos
otros pedidos ya manifestados por el Señor (ubicación sagrarios,
santuario en Garabandal, etc.)
Esperan
sin cambiar un ápice sus viejas y arraigadas costumbres con la falsa
esperanza de que los ataques enemigos contra la Iglesia cada vez más
en auge no les alcancen o no les afecten mucho a ellos. Pero se
equivocan ¡les llegarán!, y no habrán hecho sus deberes, salvo los
propios de su cumplimiento ministerial rutinario.
¿Es
ésta una oración sin obra, o en algunos casos, ya no hay ni
siquiera oración? ¿Para qué habla entonces con contundencia a la
par que con amor y precisión el Señor y la Virgen María a través
de Sus profetas? ¿Esperan los religiosos responder al Cielo?: “¡Ah!
Es que yo creía que...” o “yo obedecía instrucciones de...”.
¡No les valdrá como excusa! La obediencia se la deben a Dios y no a
los hombres. Y mientras tanto, y hasta que se produzca el naufragio,
navegando en la duda de la veracidad o no del profeta y del mensaje.
Los
profetas son normalmente los más afectados a la hora de procurar
verificar e interpretar el cumplimiento o no de las profecías –aún
sabiendo que éstas no tienen que ser determinantes-. Ellos saben que
la fuente es fidedigna, incluso cuando se oscurece el camino; sin
embargo, no tienen todas las respuestas; sólo caminan por el sendero
de la vida como cualquiera. Su mochila de cruces es invisible y más
pesada que otras, pero su fuerza proviene del saberse partícipes no
imprescindibles de la excelsa misión encomendada por el Cielo.
Estos
transmisores de la voluntad del Cielo, son “sostenidos” por el
Señor por hilos invisibles para evitar que perezcan en el
desfallecimiento; la Virgen María los acompaña sin hacerse notar y
el Espíritu los guía e impulsa con leves y casi imperceptibles
efusiones al corazón y a todo el ser, menos frecuentes de lo que
quisieran; también el Cielo se sirve de personas, lecturas,
canciones, circunstancias, ideas y pensamientos que les hacen llegar,
no sólo a ellos, sino a cada hijo de Dios.
Con
todo, el profeta a modo de ave Fénix resurge en más de una ocasión
de sus cenizas y continúa el escabroso camino tarareando aquella
canción que dice: ¡Vamos cantando al Señor, Él es nuestra
alegría!, porque sabe como dice aquélla otra “Señor, me has
mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre”.
Marcial
Franco B.